miércoles, 13 de octubre de 2010

La gineta asesina que atemorizó la infancia de Tania Lozano

Ha llegado el día. Por fin he decidido contar en mi blog una de las historias que ha marcado mi infancia y que suele ser la protagonista de las reuniones ocio-festivas. La historia de la gineta que me habló un día que fui a hacer pipí. En fin, ahí va:

Ah, por cierto, un apunte: para los que no sepáis qué es una gineta os informo que es una especie de gato salvaje, muy feo, al cual odio sin parar. Aquí tenéis una foto. Y una vez dicho esto... empiezo la narración.


Una mañana mi tía y yo nos hallábamos en casa. Mis padres estaban trabajando y ella normalmente se encargaba de cuidarme cuando yo no estaba en el cole. La mini Tania tendría unos 4 o 5 años, no recuerdo exactamente... En fin, de repente, alguien llama al timbre. Son unos amigos de mi tía que vienen a visitarla. Yo no sé quienes son los desconocidos así que aprovecho para ir al lavabo antes de que suban. Me daba vergüenza que me pillasen yendo a hacer pipí (vaya tontería, sí, lo sé) así que decido apresurarme.

Justo enfrente de la puerta del lavabo, teníamos una mesa de cristal con una gineta disecada encima. Mi madre no suele tener mal gusto para la decoración pero fue un regalo de bodas y claro, no podía deshacerse de él así que allí estaba el bicho horrible con cara de asesino.

Una vez situada la protagonista de la historia, prosigo: voy corriendo hacia el lavabo y, de repente, la gineta me coge del cuello y me dice: "si no me das una galleta te mataré". Yo asiento con la cabeza súper asustada y me encierro en el lavabo temblando. Los amigos de mi tía suben y están un rato en casa. Yo no me atrevo a salir del lavabo. Mi tía pensaba que estaba jugando en la habitación y no nota mi ausencia. Pero sus amigos se van y es entonces cuando empieza su búsqueda. Al final descubre que estoy en el lavabo. Pero yo sigo sin querer salir.

Señor@s, me habían amenazado de muerte, no era tan fácil salir del lavabo, tenía que hacer caso a la petición del bicho si no quería morir. Así que le pedí a mi tía que trajese una galleta, pero ella no entendía el por qué. Después de un rato, me convenció para que saliera y así hice, pero estaba más asustada que nunca.

Le expliqué la historia y no me creyó. Le explique la historia a mi madre y no me creyó. Ni mi padre. Ni nadie, sólo mi abuela (imagino que tampoco se lo creyó, pero era la única persona que no se reía de mí cuando le explicaba mis temores). Yo vivía atemorizada con ese bicho en mi hogar. Además, cada vez que tenía que entrar en casa, obligatoriamente, me tenía que enfrentar a pasar por allí y ver cómo me miraba con cara de asesina.

Por las noches tenía pesadillas. Mi madre incluso llegó a ponerle una galleta (que no se comió, por supuesto). Pero yo quería que ese bicho se fuera de allí. Mis amigos cuando venían a casa pasaban corriendo por su lado. Todos la temían. Mi padre insistía en tirarla pero a mi madre le sabía mal. Ella quería que 'venciera mis miedos'. Una vez me hizo hacerme una foto a su lado. Le costó convencerme pero lo consiguió.

Los años pasaban y yo seguía intentando enfrentarme a 'ella'. Ya no estaba situada en el mismo lugar, si no encima del mueble, para que pasara más desapercibida. Cuando me quedaba sola, no me hacía mucha gracia estar en el comedor con ella. Hasta que un día pensé "Tania, enfréntate a ella, ya basta" y empecé a hacerle cortes de manga sin parar y luego salí disparada a esconderme. Ya veis que la valentía me duró poco.

En fin, la gineta no desapareció hasta que me cambié de piso y de ciudad a los 10 años. Mi padre se negaba a traerla y yo, respiré aliviada cuando me enteré de la noticia. No obstante, todavía pienso que puede venir alguna noche a cumplir su amenaza. Será cuestión de dormir con una galleta en la mano, por si las moscas.